Estimado Julián de Zubiría:

He leído con atención su columna del 17 de septiembre de 2024, y sus ideas me han suscitado algunas reflexiones que me permito compartir públicamente, con el ánimo de enriquecer el diálogo desde la diferencia de perspectivas.

Concedamos que los niveles de lectura, escritura y argumentación entre estudiantes yprofesores son preocupantemente bajos, tal como ocurre en la sociedad colombiana en general. No es un secreto que existe una mafia en el mercado de títulos, donde los diplomas se compran y venden por motivos económicos, más que por auténticos intereses investigativos. Tampoco es necesario ir muy lejos para notar la distancia entre la universidad y la escuela, y cómo algunos docentes universitarios, altamente calificados, miran con desdén a la escuela e incluso a los estudiantes de pregrado, prefiriendo asesorar tesis o dedicarse a publicaciones indexadas en lugar de enseñar.

1 Véase: https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julian-de-zubiria-samper/si-suben-los-salarios-de-los-docentes-por-que-no-mejora-la-calidad-de-la-educacion/

Sería valioso que dedicara algunas investigaciones o artículos a criticar también a las universidades, tanto públicas como privadas. En estas últimas, por ejemplo, en ocasiones se aprueba el examen de admisión con el respaldo de una chequera o el poder adquisitivo, más que por mérito académico. Además, para evaluar los niveles de lectura y escritura y su impacto en la calidad educativa, no se puede ignorar el rol fundamental de las bibliotecas públicas y escolares, que han sido relegadas al abandono debido a la falta de prioridad en la inversión social por parte del Estado.

Otro acierto en su columna es la importancia que otorga a la reflexión pedagógica, y la preocupación por la ausencia de una reflexión continua, pertinente y crítica, como la que se dio en su momento en el Congreso Pedagógico y el Movimiento Pedagógico. Es verdad que, al interior del sindicato, también hay mediocridad y acomodamiento, pero como movimiento gremial nos corresponde asumir una postura autocrítica y abierta para impulsar mejoras en aspectos como el liderazgo directivo y el trabajo en equipo al que se refiere.

A pesar de sus falencias, FECODE y sus filiales no merecen ser estigmatizados, ni se debe desconocer el papel vital que han jugado históricamente en el sector educativo. El movimiento sindical, además, ha sido víctima colectiva del conflicto armado, tal como lo reconoció la Comisión de la Verdad. No se debe estigmatizar ni responsabilizar completamente al sindicato por la baja calidad de la educación. En este sentido, usted comete un craso error al afirmar que “el sindicato ha impedido la llegada de profesionales” a los colegios oficiales. En realidad, hay muchos profesionales de calidad en las escuelas públicas, y usted, que ha trabajado con el Ministerio de Educación, sabe que el sindicato no decide sobre la contratación de docentes; es el Estado, a través de la Comisión Nacional del Servicio Civil y otras entidades, quien se encarga de esos procesos.

Otra ligereza en su argumentación es la afirmación de que un docente con maestría gana 9 millones y 12 con doctorado, sin mencionar que para alcanzar esos salarios se requiere haber superado tres o cuatro concursos de ascenso. Y, por supuesto, estudiar, ya sea por cuenta propia o porque se accede a tortuosos y dispendiosos procesos de beca sin descarga laboral que cubren solo el 70 u 80%. No es tan fácil como decirlo o escucharlo.

También para un docente podría resultar escandaloso saber que dos horas de conferencia suya cuestan poco más de 17 millones de pesos. Los docentes con doctorados no llegan, creo, a ser un 10%. Y los concursos de ascenso que, por ley deberían hacerse anualmente, se demoran cuatro ocinco años para convocarse. De suerte que llegar a 9 millones puede demorar 12 o 15 años bajo el supuesto de que se apruebe el examen de ascenso, lo que no siempre sucede, de ahí que haya maestros que alcancen el último grado ya avanzados de edad y pagando un crédito de vivienda o de libre inversión para darle a sus hijos la calidad de vida que ellos no tuvieron.

La comparación que usted realiza entre colegios públicos y privados es desafortunada, ya que ignora los contextos en los que se ubican dichas instituciones y las características de sus comunidades educativas. La brecha entre los colegios públicos y privados, en términos de calidad educativa, no puede medirse exclusivamente a través de los salarios de los docentes. Los sueldos de los docentes oficiales han sido fruto de una larga lucha, en la cual “ FECODE ha sido fundamental”, como usted mismo reconoce, ya que ha exigido mejores garantías y dignificación laboral ante las decisiones y voluntades políticas de las cuales dependen estos aumentos. No obstante, no es justo sugerir que estos incrementos sean una imposición del sindicato, ni insinuar que haya algo sospechoso en ello, como parece sugerir sesgadamente el título de su columna: “Si suben los salarios de los docentes, ¿por qué no mejora la calidadde la educación?”. La realidad es que el problema de la calidad educativa es estructural y no se reduce a los salarios de los maestros.

Para un análisis más completo, sería importante considerar lo siguiente:

Casi no existen colegios privados en la ruralidad, y los pocos que hay no enfrentan los mismos desafíos que los públicos. En muchas áreas urbanas, los colegios privados no tienen las numerosas sedes rurales que, en el caso de los colegios públicos, pueden llegar hasta 30 o más, lo que implica que sus directivos deben gestionar financieramente estas sedes con un presupuesto que, en algunos casos, no se hace efectivo hasta mediados del año.

En términos de infraestructura básica, los colegios privados difícilmente enfrentan problemas de acceso al agua potable y saneamiento. Además, están ubicados en áreas donde el transporte es más accesible, mientras que hay escuelas públicas a las que solo se puede llegar a pie o a lomo de mula.

En un país predominantemente rural como el nuestro, donde el desarrollo se ha concentrado en las zonas urbanas, muchos colegios públicos fueron fundados por maestros que vivían en las comunidades o que aún residen lejos de sus familias y territorios.

El entorno que rodea a los colegios públicos —y esto es significativo— ha estado marcado por la pobreza y la violencia. Los maestros en estos contextos también han sido víctimas de amenazas y asesinatos. Un ejemplo es el caso de Héctor Abad Gómez, asesinado en ADIDA mientras se celebraban los funerales de Luis Felipe Vélez, también asesinado. ADIDA, la filial de FECODE en Antioquia, nació en un estado de conmoción, y defender los derechos humanos en Colombia sigue teniendo un costo muy alto.

A diferencia de los colegios privados, en los colegios públicos los niños van no sólo a estudiar, sino también a alimentarse y a escapar temporalmente de la miseria y violencia de su entorno. Es en los colegios públicos donde encontramos a la población étnica del país: Afrodescendientes e indígenas, así como a niños vulnerables, huérfanos, o bajo la tutela del ICBF. También acuden niños con discapacidades físicas y cognitivas, como ceguera, sordera o síndrome de Down y problemas de aprendizaje. En la escuela pública, todos estos niños encuentran un espacio, algo que no siempre es posible en las escuelas privadas debido a los estrictos y excluyentes filtros de admisión para sus matrículas.

Si bien es cierto que algunas víctimas del conflicto armado, el desplazamiento forzado, la violencia intrafamiliar o el abuso sexual también asisten a colegios privados, su presencia es mucho menor. Podríamos decir que son como fantasmas: están, pero no se ven tan fácilmente. Aunque a los colegios privados asiste población de estrato 2 y 3 en su mayoría, eso no equipara en nada al tipo de instituciones. Del 0 al 2 en los estratos hay mucha hambre y sufrimiento de por medio. Fuera de eso, el rango en el estrato 2 también puede ser rico en desigualdades. Por ejemplo, en una vereda de estrato 2 vive el propietario de la finca, el carro y el ganado, al mismo tiempo que el mayordomo y su familia, sin finca, sin carro y con la casa prestada. La diferencia en las condiciones de vida marca también a qué tipo de colegio asisten los hijos de uno y otro.

El analfabetismo persiste en la ruralidad, especialmente entre los padres de familia y otros parientes de los estudiantes de colegios públicos.

En los colegios privados se destaca el compromiso de las familias, que asumen con responsabilidad el pago de la matrícula y la educación de sus hijos. En contraste, en los colegios públicos muchos acudientes simplemente dejan a sus hijos en la escuela, esperandoque esta se haga cargo de todo. Pocas veces asisten a las reuniones escolares, ya sea porque sus empleadores no les permiten ausentarse del trabajo o porque su trabajo informal se lo impide. Esto nos lleva a preguntarnos sobre el nivel de educación y el tipo de empleo de los padres en ambos tipos de instituciones. En los colegios privados, el trabajo informal y el analfabetismo no son la constante.

En los colegios privados, los docentes pueden desear tener un sindicato o gremio que los defienda. Sin embargo, en muchos casos callan los abusos laborales para no perder su empleo, y desahogan sus frustraciones en un bar con sus colegas. La sobrecarga de tareas, las largas jornadas y las extenuantes reuniones podrían ser parte de lo que algunos consideran “formación” e “innovación” en los colegios privados en términos pedagógicos y curriculares,
una afirmación que planteo como pregunta abierta, sin restar mérito a su labor.

Finalmente, al examinar la diversidad cultural y socioeconómica entre colegios públicos y privados, surge la duda: ¿son las pruebas Saber una medida justa para compararlos? Además, ¿no es precisamente esta complejidad de contextos, junto con el desfinanciamiento, la deserción y el hacinamiento, un factor que contribuye al alto índice de enfermedades
mentales en el gremio docente, uno de los más afectados por estas condiciones?

En fin, estimado Julián de Zubiría, al analizar las razones por las cuales no mejora la calidad de la educación, es fundamental tener en cuenta los problemas estructurales de justicia social que afectan a los colegios públicos. Un claro ejemplo de esta realidad es el testimonio de una alumna en un colegio de Valdivia, Antioquia, quien, al ser cuestionada por su profesor de religión sobre la esperanza, respondió: \”¿Para qué esperanza, profe, si tenemos hambre?\”.

En las complejas reflexiones que merece la educación pública, resulta crucial evitar la idea de que la privatización, ya sea mediante modelos mixtos o bonos, representa la solución definitiva. En cambio, dichas reflexiones deberían enfocarse en mejorar y fortalecer el carácter público de la educación. Además, es necesario que estos análisis trasciendan la cuestión salarial de los docentes. De lo contrario, podríamos formular una pregunta inversa al título de su columna: si la calidad educativa de los colegios privados es tan superior, ¿cómo se explica entonces la precariedad laboral de muchos de sus docentes?

Muchas gracias y atento saludo.

Julián C. Ospina Saldarriaga

Docente de Filosofía – Girardota-Antioquia

23 de septiembre de 2024.

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